viernes, 18 de septiembre de 2009

Los problemas que no lo son

De niño tuve muchos problemas, supongo que como todos. Hubo muchos de los que no era consciente y con el paso del tiempo me di cuenta de la afectación real que me produjeron. Hubo otros de los que sí era conocedor, y que en su momento me causaron inquietud, disgusto y preocupación. Leer más...Pasó el tiempo y llegó la adolescencia. Nuevos conflictos ocuparon mi psique, que me parecieron en su momento enormes. Ya no les daba importancia a los problemas de niño, me parecían nimiedades. Lo que me preocupaba eran los de mi adolescencia de los que era consciente, dificultades serias e irresolubles según pensaba en aquella época.

Siguió pasando el tiempo y la adolescencia dio paso a la juventud, y un proceso parecido sucedió, pasaron a tener vigencia los contratiempos de la juventud, y aquellos que me afectaban en la adolescencia me parecieron ridículos.

Llegamos a la vida adulta, y tres cuartos de lo mismo. ¡¡Quien tuviera los problemas de niño, adolescente o joven y no tuviera los de la vida adulta!!, pensareis muchos al leer esto. Pues en mi opinión, los de la vida adulta nos parecen enormes por lo mismo que nos parecían enormes los de niño cuando éramos niños o los de adolescente cuando éramos adolescentes.

Sin embargo tuve la mala suerte de soportar una racha bastante horrible, que afectó de forma irresoluble mi entorno (varios familiares fallecieron en un lapso de pocos años, algunos de enfermedades muy malas de llevar). Aprendí algo: Que eso que nos parecen problemas no lo son, solo los magnificamos, y el único problema, problema real, es aquel a la postre irresoluble, la enfermedad y la muerte. El resto no son problemas, solo están formados por la importancia que les damos.

Y me diréis… ¿Quién eres tú para decir lo que importa o lo que no? Pues sí, es cierto. Pero estoy seguro de una cosa, dentro de unos años, los problemas actuales os parecerán pecata minuta, a no ser que, como dije, tengan que ver con una enfermedad grave que no tenga cura o la muerte de algún amigo íntimo o un ser querido.

El resto, suspensos, no llegar a fin de mes, que se rompa la tele, que nos deje la novia, un divorcio, una rotura de cañería, un coche que no arranque o que se lleve un golpe (donde todo el mundo salga ileso), quedarse sin trabajo (siempre y cuando haya cobertura y posibilidad de encontrar otro)... todo eso tiene un posible arreglo, y aquellos a los que os parezca que se acaba el mundo, cuando tengáis un problema de verdad (que desgraciadamente tarde o temprano a todos nos toca), veréis como me dais la razón, y los obstáculos que veis ahora como enormes no son más que anécdotas. Y lo ridículo es lo mal que se pasa en el presente. Después, con la perspectiva del tiempo ves lo irrisoria que era la preocupación… y el tiempo perdido en ansiedades absurdas e inútiles, además de lo dañino que es el estrés para el cuerpo con los problemas de salud futuros a los que puede conducir.

Algo he aprendido y tengo claro: solo importa lo importante. Y aunque parezca de perogrullo, pregúntate que es para ti lo importante. Cuestiónate si tu preocupación actual está realmente justificada. ¿Qué pasa si tus peores augurios se cumplen? ¿Que pasa si el coche no arranca o tienes que dejar el trabajo o tienes que cambiar de pareja?¿Qué es aquello que si se rompe no tiene arreglo o hace que no tengas esperanza?

Cuando te respondas con la realidad, deja de preocuparte y VIVE, que solo estamos por aquí un suspiro, y para cuatro días es mejor aprovecharlos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que el problema es que cuando sucede el pequeño problema o inconveniente (se estropea el coche, por ejemplo), no nos acrdamos de hacer ese razonamiento... Una vez que pasa, pensamos "ah, pues no ha pasado realmente nada importante, anda que cómo me he puesto de nerviosa... la próxima vez intentaré recordar esta experiencia y así lo llevaré mejor") pero pasa de nuevo y volvemos a pensar que es el fin del mundo. No sé por qué, creo que es porque los sucesos llegan primero a la admígdala (donde se procesan las emociones) y no pasan antes por otras partes del cerebro donde se puede racionalizar, digamos que es una vía rápida, puede que porque evolucionamos así. Quizás el tema de no razonar es por algo similar o porque hemos aprendido un razonamiento catastrofista (una cognición errónea), pero el caso es que es curioso que a pesar de que aprendemos de las experiencias, en el caso de las molestias del dia a dia o de problemas algo más importantes pero no tanto (como las enfermedades mortales por ejemplo) no seamos capaces de relativizar y ahorrarnos de esta manera mucho estrés y disgustos no productivos.

Azu