Miércoles por la mañana. Lluvioso y lúgubre. El día acompaña a mi estado de ánimo. Lo bueno de que llueva es que «nunca llueve todos los días» y al final siempre sale el sol. Es como la parábola del anillo: «Esto también pasará».
Pero hasta que se me pasa me viene un tema a la cabeza que tiene que ver con los que ya no están y los que estamos y el miedo a no estar.
Alguien me dijo una vez que nadie quiere morirse. Eso no es del todo exacto (suicidas y tal). Pero profundizando un poco más hay gente que simplemente no quieren morirse, aunque no le tengan ningún miedo, y hay otros que, por diversas razones, tienen miedo a la señora de la guadaña.
Una vez tuve una conversación con alguien sobre este tema. Le pregunté si tenía miedo a irse al otro lado y me dijo que no. Que tenía miedo al dolor, pero sobre todo tenía miedo a “no estar”… a que la vida iba a continuar sin ella como si nunca hubiera existido. A que al día después de su partida seguiría amaneciendo, los coches circulando y los aviones volando. Y no quedaría nada de ella.
Otra persona ante la misma pregunta me dijo que lo que le daba miedo era la nada, el hecho de que no existiera nada después de la muerte y todo su conocimiento fuera a la “nada”.
Recuerdo a un cantante conocido que ya nos dejó. Estuvo muy enfermo una temporada y se curó. Dio un concierto bastante achacoso porque estaba convaleciente y dijo algo que en su momento me impactó mucho. Dijo: “Que duro es estar sin vosotros (por el público). Pero lo más duro es el olvido”. Y creo que puso el dedo en la llaga.
Hay muchas personas que temen al dolor o a lo desconocido. Pero quizás el temor sea mayor al olvido, a ese “no haber existido”, a no dejar huella, a que nuestros seres queridos no se acuerden de nosotros y nos olviden. De ahí que busquemos un sentido a la vida, algo que “continue” lo que empezamos, al fin y al cabo luchar contra ese olvido que nos impregnará y nos llevará con él.
Porque hay una cosa cierta, el olvido no llega mientras siga arrastrándose por este mundo alguien que recuerde a aquellos que se han ido, pero al final, en una o dos generaciones y salvo que seas alguien muy insigne, el olvido llega, nos envuelve y nos hace desaparecer.
De todas formas… ¿Qué hay de malo en eso?
Pero hasta que se me pasa me viene un tema a la cabeza que tiene que ver con los que ya no están y los que estamos y el miedo a no estar.
Alguien me dijo una vez que nadie quiere morirse. Eso no es del todo exacto (suicidas y tal). Pero profundizando un poco más hay gente que simplemente no quieren morirse, aunque no le tengan ningún miedo, y hay otros que, por diversas razones, tienen miedo a la señora de la guadaña.
Una vez tuve una conversación con alguien sobre este tema. Le pregunté si tenía miedo a irse al otro lado y me dijo que no. Que tenía miedo al dolor, pero sobre todo tenía miedo a “no estar”… a que la vida iba a continuar sin ella como si nunca hubiera existido. A que al día después de su partida seguiría amaneciendo, los coches circulando y los aviones volando. Y no quedaría nada de ella.
Otra persona ante la misma pregunta me dijo que lo que le daba miedo era la nada, el hecho de que no existiera nada después de la muerte y todo su conocimiento fuera a la “nada”.
Recuerdo a un cantante conocido que ya nos dejó. Estuvo muy enfermo una temporada y se curó. Dio un concierto bastante achacoso porque estaba convaleciente y dijo algo que en su momento me impactó mucho. Dijo: “Que duro es estar sin vosotros (por el público). Pero lo más duro es el olvido”. Y creo que puso el dedo en la llaga.
Hay muchas personas que temen al dolor o a lo desconocido. Pero quizás el temor sea mayor al olvido, a ese “no haber existido”, a no dejar huella, a que nuestros seres queridos no se acuerden de nosotros y nos olviden. De ahí que busquemos un sentido a la vida, algo que “continue” lo que empezamos, al fin y al cabo luchar contra ese olvido que nos impregnará y nos llevará con él.
Porque hay una cosa cierta, el olvido no llega mientras siga arrastrándose por este mundo alguien que recuerde a aquellos que se han ido, pero al final, en una o dos generaciones y salvo que seas alguien muy insigne, el olvido llega, nos envuelve y nos hace desaparecer.
De todas formas… ¿Qué hay de malo en eso?
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