Vi hace unos días un vídeo de un pescador, un pescador de caña. En ese vídeo ese pescador doblegaba la voluntad de un enorme pez gato de creo que fueron 25 kilos. El pescador en cuestión es buena gente, y devolvió el animal vivo al río, donde podrá vivir bastante más tiempo en libertad.
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La pesca duró más de media hora. De hecho no vimos el vídeo completo porque hubiera sido monótono y aburrido. Como el pez tiraba, el pescador soltaba sedal, que luego recogía, y un poquito más. El pez, esfuerzo tras esfuerzo, iba viendo que cada vez estaba más lejos de su libertad, y más cerca de la orilla y de la superficie del agua, y lo que es peor, cada vez más cansado, con menos ganas de luchar, y con más ganas de ceder.
En otro lugar, y de forma paralela, un joven potro, que nunca ha sido montura de nadie y siempre ha estado suelto, es ensillado por el instructor para que pueda ser montado. El potro no quiere que le pongan la silla, y cuando el adiestrador se le sube encima, se rebela, una y otra vez, hasta que cada vez está más cansado y le cuesta más sublevarse.
En las dos ocasiones, al final ganan el pescador y el entrenador. Salvo que se rompa el sedal en el caso del pez, o el adiestrador se lleve una coz en el trasero que acabe con él en el hospital, los dos animales tienen las de perder.
¿Qué sentirán esos seres? Quizás ira, quizás enfado. Pero tengo una cosa clara, a medida que el cansancio va haciendo mella, a medida que el avance hacia la libertad se convierte en nulo, la ira dará paso a la tristeza. Cuando no exista nada de ira, y solo quede un todo de tristeza, el animal ha perdido, el humano ha ganado. En ese punto, ante la ausencia de enfado, la voluntad ha sido doblegada: No queda nada de la personalidad ni del temple del enorme pez, ni del orgullo del caballo.
Esto que es tan obvio a nivel físico en estos dos sucesos con esos animales, con los humanos ocurre mucho más de lo que parece, pero no solo físicamente, que también, (aunque en ese tipo de casos es obvio), sino al sutil nivel de los sentimientos y la psique, donde en muchas ocasiones pasa desapercibido, y la personalidad fuerte de algunos, dará paso con el tiempo a un carácter doblegado, y el león que antes moraba en su cerebro se verá convertido en un cordero.
Hay personas que se especializan en sutiles comentarios, en tergiversar los puntos de vista, pero de forma muy sutil, o en retorcer los argumentos hasta el nivel del absurdo (y no entro ya en las manipulaciones, las mentiras o los chantajes emocionales). A alguien que no esté condicionado por la situación, a alguien que vea el proceso con perspectiva, esos mensajes subliminales repetidos hasta la saciedad le harán incluso reir. Pero a alguien que lucha por respirar, por volver al río, o porque no le coloquen la silla, esas frases fáciles hacen mella, tanta como el anzuelo que tira del pez. Dicen que no por repetir una mentira cien veces se convierte en realidad, pero resulta que en estos casos sí. Repiten cien veces la mentira con fuerza de convicción (aunque no se la crean ni ellos), y el receptor del subliminal mensaje acabará adquiriendo la “píldora” como propia. Detrás de una palabra “amable”, de un argumento “obvio” o de un “es que siempre dices ….”, o “es que siempre piensas…”, está el anzuelo y la cuerda de la silla.
No hace mucho, alguien a quien aprecio me comentaba, en un problema que arrastra desde hace años, que no sabía si estaba triste o enfadada. Quizás no fue correcta la pregunta o no fue correcta la respuesta. En mi opinión, y después de darle unas cuantas vueltas, espero que esté enfadada, y que el enfado nunca ceda a la tristeza. Porque en el momento en que no le quede nada de ira, y sea todo tristeza, justo en ese preciso momento, mi amiga habrá perdido. Y habrá perdido mucho, la autonomía, la personalidad, el orgullo, la templanza y su carácter.
El creador del problema habrá ganado. Habrá conseguido lo que quería: Mi amiga habrá sido “pescada” o le habrán puesto la silla de montar, de tal manera que su personalidad habrá sido anulada de forma permanente. Siempre podrá ser montada (metafóricamente) o pescada, porque su juicio habrá sido nublado para siempre. Acabará lobotomizada creyéndose las consignas que poco a poco la han ido agujereando el cerebro como la gota de agua que taladra la roca. No es la primera vez que he presenciado esto, y como comenté en otra entrada, cuando aprecias a la persona, fastidia. Y mucho.
Hay una tercera vía que no he descrito aquí: Consiste en que no sienta ira, ni tristeza, sino resignación. Es complicado, pero ocurre. Hay personas que se amoldan a todo, y si lo asimilan consiguen ser “felices”. Eso, visto desde fuera, tiene cierto tinte de tristeza, pero al fin y al cabo el “sufridor” deja de sufrir. En el caso del pez es complicado que ocurra, porque la única opción a la libertad es la muerte. Pero con el caballo estoy seguro de que ocurre así la mayoría de las veces. Y cuando el ámbito es el humano también ocurre. En ese caso después de que la ira de paso a la tristeza, la tristeza dará paso a la resignación, y después a la indiferencia.
No es una felicidad en el sentido que yo la entiendo pero al menos no es sufrimiento.
De todas formas, voy a dar un consejo a mi amiga por si lo acepta (y este no va de queso): Que nunca se te acabe la ira, que no se te acabe hasta que ganes, que el pescador acabe con el sedal roto o el domador con una patada en el culo. No dejes que la tristeza te invada y mucho menos la indiferencia. Se rebelde, impón tu criterio, que además es el correcto, y vive feliz, no resignada. Cuando sepas lo que es ser feliz, no querrás otra cosa. De verdad.
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La pesca duró más de media hora. De hecho no vimos el vídeo completo porque hubiera sido monótono y aburrido. Como el pez tiraba, el pescador soltaba sedal, que luego recogía, y un poquito más. El pez, esfuerzo tras esfuerzo, iba viendo que cada vez estaba más lejos de su libertad, y más cerca de la orilla y de la superficie del agua, y lo que es peor, cada vez más cansado, con menos ganas de luchar, y con más ganas de ceder.
En otro lugar, y de forma paralela, un joven potro, que nunca ha sido montura de nadie y siempre ha estado suelto, es ensillado por el instructor para que pueda ser montado. El potro no quiere que le pongan la silla, y cuando el adiestrador se le sube encima, se rebela, una y otra vez, hasta que cada vez está más cansado y le cuesta más sublevarse.
En las dos ocasiones, al final ganan el pescador y el entrenador. Salvo que se rompa el sedal en el caso del pez, o el adiestrador se lleve una coz en el trasero que acabe con él en el hospital, los dos animales tienen las de perder.
¿Qué sentirán esos seres? Quizás ira, quizás enfado. Pero tengo una cosa clara, a medida que el cansancio va haciendo mella, a medida que el avance hacia la libertad se convierte en nulo, la ira dará paso a la tristeza. Cuando no exista nada de ira, y solo quede un todo de tristeza, el animal ha perdido, el humano ha ganado. En ese punto, ante la ausencia de enfado, la voluntad ha sido doblegada: No queda nada de la personalidad ni del temple del enorme pez, ni del orgullo del caballo.
Esto que es tan obvio a nivel físico en estos dos sucesos con esos animales, con los humanos ocurre mucho más de lo que parece, pero no solo físicamente, que también, (aunque en ese tipo de casos es obvio), sino al sutil nivel de los sentimientos y la psique, donde en muchas ocasiones pasa desapercibido, y la personalidad fuerte de algunos, dará paso con el tiempo a un carácter doblegado, y el león que antes moraba en su cerebro se verá convertido en un cordero.
Hay personas que se especializan en sutiles comentarios, en tergiversar los puntos de vista, pero de forma muy sutil, o en retorcer los argumentos hasta el nivel del absurdo (y no entro ya en las manipulaciones, las mentiras o los chantajes emocionales). A alguien que no esté condicionado por la situación, a alguien que vea el proceso con perspectiva, esos mensajes subliminales repetidos hasta la saciedad le harán incluso reir. Pero a alguien que lucha por respirar, por volver al río, o porque no le coloquen la silla, esas frases fáciles hacen mella, tanta como el anzuelo que tira del pez. Dicen que no por repetir una mentira cien veces se convierte en realidad, pero resulta que en estos casos sí. Repiten cien veces la mentira con fuerza de convicción (aunque no se la crean ni ellos), y el receptor del subliminal mensaje acabará adquiriendo la “píldora” como propia. Detrás de una palabra “amable”, de un argumento “obvio” o de un “es que siempre dices ….”, o “es que siempre piensas…”, está el anzuelo y la cuerda de la silla.
No hace mucho, alguien a quien aprecio me comentaba, en un problema que arrastra desde hace años, que no sabía si estaba triste o enfadada. Quizás no fue correcta la pregunta o no fue correcta la respuesta. En mi opinión, y después de darle unas cuantas vueltas, espero que esté enfadada, y que el enfado nunca ceda a la tristeza. Porque en el momento en que no le quede nada de ira, y sea todo tristeza, justo en ese preciso momento, mi amiga habrá perdido. Y habrá perdido mucho, la autonomía, la personalidad, el orgullo, la templanza y su carácter.
El creador del problema habrá ganado. Habrá conseguido lo que quería: Mi amiga habrá sido “pescada” o le habrán puesto la silla de montar, de tal manera que su personalidad habrá sido anulada de forma permanente. Siempre podrá ser montada (metafóricamente) o pescada, porque su juicio habrá sido nublado para siempre. Acabará lobotomizada creyéndose las consignas que poco a poco la han ido agujereando el cerebro como la gota de agua que taladra la roca. No es la primera vez que he presenciado esto, y como comenté en otra entrada, cuando aprecias a la persona, fastidia. Y mucho.
Hay una tercera vía que no he descrito aquí: Consiste en que no sienta ira, ni tristeza, sino resignación. Es complicado, pero ocurre. Hay personas que se amoldan a todo, y si lo asimilan consiguen ser “felices”. Eso, visto desde fuera, tiene cierto tinte de tristeza, pero al fin y al cabo el “sufridor” deja de sufrir. En el caso del pez es complicado que ocurra, porque la única opción a la libertad es la muerte. Pero con el caballo estoy seguro de que ocurre así la mayoría de las veces. Y cuando el ámbito es el humano también ocurre. En ese caso después de que la ira de paso a la tristeza, la tristeza dará paso a la resignación, y después a la indiferencia.
No es una felicidad en el sentido que yo la entiendo pero al menos no es sufrimiento.
De todas formas, voy a dar un consejo a mi amiga por si lo acepta (y este no va de queso): Que nunca se te acabe la ira, que no se te acabe hasta que ganes, que el pescador acabe con el sedal roto o el domador con una patada en el culo. No dejes que la tristeza te invada y mucho menos la indiferencia. Se rebelde, impón tu criterio, que además es el correcto, y vive feliz, no resignada. Cuando sepas lo que es ser feliz, no querrás otra cosa. De verdad.
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